Bondades de la economía compartida

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El consumo colaborativo y la economía compartida se están convirtiendo en un laboratorio de sostenibilidad.

El consumo colaborativo, también llamado economía colaborativa o compartida, se define por su propuesta de compartir la titularidad de los bienes frente a poseerlos exclusivamente. Pasar de su propiedad como aspecto fundamental al acceso y uso del mismo. Nuestra sociedad de consumo se ha caracterizado en muchos casos por la compra compulsiva, en bienes y servicios que usamos  poco la mayoría de las veces: extracción de materias primas, fabricación, transporte y eliminación, suponen un gran impacto en el medio ambiente: energía, materiales, huella de carbono, contaminación, etc., y también en ocasiones un impacto social en forma de condiciones de trabajo impropias y con impactos ambientales que perfectamente se podrían evitar.

La crisis económica, social y de valores ha hecho madurar y florecer el consumo colaborativo, pero las razones de fondo que lo sustentan data desde hace mucho tiempo. En mis frecuentes viajes al extranjero, he sido testigo de los avances de este cambio de paradigma -especialmente en Europa-  que propone compartir, colaborar, acceder o intercambiar bienes en vez de subutilizarlos irracionalmente. Este movimiento  destaca que compartir también está en la esencia y la naturaleza de las personas proporcionando más beneficios y satisfacciones que el individualismo, el hiperconsumo y el desperdicio.

La economía colaborativa reinventa formas tradicionales de compartir, colaborar, intercambiar, prestar, alquilar y regalar que ya existían. Consigue redefinirlas y amplificarlas gracias a las nuevas tecnologías, el uso de las plataformas digitales de Internet, las tecnologías de la información y la comunicación y las comunidades que pueden generar. El uso de las redes sociales es clave para su florecimiento.

Si la economía compartida se extiende y el consumo colaborativo de productos crece, un nuevo mercado de productos con esas características puede y debe desarrollarse. Hoy en día existen tres grandes sistemas colaborativos: aquellos basados en productos, los de mercado de redistribución y los de estilo de vida colaborativo.

En el primer sistema, pagamos por el beneficio del acceso y uso de un producto, sin necesidad de comprarlo y poseerlo (propiedad). Cambia el modelo de propiedad privada individual. Reduce la huella ecológica asociada a la fabricación, se fabrican menos productos. Los productos deben ser más resistentes, reparables y muy eficientes en su uso de energía y materiales, en vista de su prolongado y constante funcionamiento.

En el caso del segundo sistema, redistribuyen los bienes usados o adquiridos por la persona o lugar que, no lo necesita, hacia quienes sí los necesitan y en los lugares donde lo requieran. Ya sea gratis, por intercambio o por venta. Puede incrementar la huella ecológica por transporte, caer en el riesgo de caer en la trampa compartir bienes o servicios que no se necesitan.

Por último, en los estilos de vida colaborativos, personas con intereses comunes se unen para compartir o intercambiar bienes no materiales o menos tangibles: tiempo, espacios, habilidades, etc. Los estilos de vida colaborativos son la forma más social y ambiental de entender el consumo colaborativo, menos ligada a las motivaciones empresariales y más a las de defensa del entorno y la calidad de vida.

Los factores necesarios para conformar el consumo colaborativo son varios. De una parte el bien común, como concepto que debe superar la barreras que se le atribuyen en cuanto a que los bienes gestionados de forma colectiva corren el riesgo de ser destruidos y es necesaria una estricta regulación para ellos. De otra, los bienes o productos ociosos, que se utilizan muy poco y están almacenados la mayor parte de su vida, y a los que el consumo colaborativo puede devolver la vida y el uso.

Existen empresas que ya basan su actividad en modelos de consumo compartido. Han visto que se trata de una oportunidad de negocio y abordan el ámbito más económico y empresarial del consumo colaborativo. Son nuevos modelos de negocio alternativos plenamente viables y muchos son rentables. Una parte de ellos generan empleo verde o social, al que debemos dirigir nuestras miras en esos momentos, como señalan diferentes informes internacionales.

Dos son los modelos principales de negocio en consumo colaborativo: la conocida como primera generación es la denominada B2C, del negocio al consumidor; en ella la empresa es la que adquiere los productos y realiza el mantenimiento y alquiler de los productos. La segunda generación es la P2P (peer to peer), de igual a igual; en ellos es la comunidad la que proporciona inicialmente los bienes (no requiere una inversión de capital para adquirirlos), habitualmente a cambio de beneficios o ventajas sobre las transacciones. Es más complejo, ya que requiere un intercambio a dos bandas, una cuidadosa gestión de la oferta y la demanda y jugar con dos valores: parámetros de calidad y confianza.

El consumo colaborativo y la economía compartida se están convirtiendo en un incipiente y prolífico laboratorio de sostenibilidad al integrar de forma equilibrada lo ambiental, lo social y lo económico. Los motivos ambientales: la reducción del consumo, el consumo responsable y el consumo colaborativo se ven como un compromiso con el uso sostenible y eficiente de los recursos.

No es menos cierto que muchos gobiernos han hecho pocos esfuerzos por impulsar este modelo económico de consumo y propiedad, también existen rezagos importantes en materia legislativa para apuntalar estas iniciativas y, en el ámbito fiscal, deberían existir más incentivos que promuevan ahorros impositivos por los que se decanten por el uso y titularidad de este modelo solidario.

Moisés Bittán
Director de Finantop
@moisesbittan